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running children por christophe rolland en Getty Images

No podemos permitir que toda la responsabilidad de la educación del niño recaiga únicamente en el colegio. Los padres, como modelos de seguimiento deben aprender e instruirse también sobre aspectos importantes para el desarrollo físico e intelectual de sus hijos, es algo que debería incluirse en el “carnet de padres”. Al margen de aspectos tan importantes como los valores éticos, el ejercicio físico y la nutrición son dos de los pilares fundamentales en la educación del niño y también una buena oportunidad para aprender y mejorar nosotros mismos.

Hoy en día tenemos muchas alternativas para fomentar el ejercicio físico en los niños y adolescentes. Las ventajas sobre su desarrollo no terminan además en aspectos solamente deportivos: un niño activo crece en un entorno en el que se manejan conceptos interelacionados de salud y ejercicio físico, deportividad y mejora de la concentración, alimentación y rendimiento. Todo esto es de inestimable ayuda para su desarrollo y representa además un sistema idóneo para prevenir futuros problemas no sólo de sobrepeso sino también de alteraciones como la bulimia o la anorexia.

La mayoría de problemas físicos en la edad adulta se podrían haber prevenido si de niños nos hubiéramos familiarizado con conceptos sobre ejercicio y nutrición de igual forma que nos formamos en temas como la gramática o la geografía
. De nuevo disponer de la información, nos da la capacidad de gestionarla.

Algunas veces no nos damos cuenta de que los estilos de vida poco saludables se deben a hábitos erróneos que “hemos ido alimentando” desde pequeños y que han crecido con nosotros. Cuando somos pequeños el problema es pequeño, cuando crecemos el problema crece. Por eso es tan importante educar a los niños en gestionar desde el principio información correcta. “No cruces con el semáforo en rojo” debería ser tan importante como “come más fruta y menos bollos” o “no veas tanto la tele y juega más al fútbol”, al final, a largo plazo lo que estamos haciendo es prevenir efectos sobre su seguridad física y sobre su salud.

Comenzar un programa de actividad física es además algo que repercutirá en nuestro organismo y nuestra mente y también la de nuestros hijos. Por lo general, cuando he tenido la oportunidad de conocer a los hijos de algunos de mis clientes he observado que casi siempre detrás de un padre con sobrepeso hay un niño con sobrepeso.

En las familias “nunca hay una barriga sola”, por ello, empezar a hacer ejercicio es una inversión para toda la familia porque comenzar a practicar cualquier actividad física con el objetivo de perder peso o mejorar nuestra salud, conlleva ir progresivamente adquiriendo ciertos conocimientos sobre ejercicio, fisiología y alimentación que determinarán la eficacia de este ejercicio. Al cabo de un tiempo nos habremos dado cuenta de que con un poco de voluntad habremos cambiado nuestra dieta diaria, seguramente habremos modificado también ciertos hábitos erróneos para nuestra salud, y cuando constatemos los resultados, hacer que el resto de la familia se una a nosotros será un objetivo al que le concederemos una especial atención.

Cuando los niños participan junto con sus padres en actividades como correr, montar en bicicleta, jugar a fútbol o a básquet, o ir juntos a la piscina, lo que estamos haciendo es crearle un hábito, una costumbre beneficiosa para su salud. La rutina diaria del niño determinará las costumbres del adulto.

Por otra parte, es posible que muchas familias, muchos padres, sientan un desconocimiento absoluto sobre el entorno de la actividad física, sus beneficios o sus contraindicaciones, en realidad lo que muchos padres sienten es que no “se sienten identificados” con la practica deportiva y la actividad física como tal es algo que escapa a su entorno cotidiano y sus costumbres. Esto hace que el deporte pase a ser un elemento externo a su vida diaria, con breves incursiones en el llamado “deporte de sofá”, es decir: no deportistas, sino aficionados al deporte de televisión. Admitir que el deporte no puede formar parte de nuestra vida es tan absurdo como admitir que somos incapaces de caminar o mover nuestros brazos. Mi lema es: “si puedes moverte un poco ya puedes hacer un poco de deporte”.

Un detalle importante es que en los últimos años la mayoría de profesiones han incorporado la informática a sus procesos de trabajo, aprendiendo a trabajar con entornos informáticos y sistemas operativos que hace solo diez años atrás no hubiéramos imaginado. Incluso en nuestra vida cotidiana hemos incorporado decenas de aparatos como el móvil, las nuevas generaciones de videojuegos, las agendas electrónicas que sincronizamos con nuestro PC, los reproductores de música digital o sencillamente los sistemas de posicionamiento y GPS. Nos estamos convirtiendo en humanos “multimedia” e interconectados, algo que veinte años atrás nos hubiera sonado a ciencia ficción. Y en el caso de nuestros hijos, la introducción de nuevos elementos tecnológicos que exigen un alto nivel de aprendizaje, es extraordinaria.

¿Podemos entonces admitir que no es posible adaptarnos a un nuevo estilo de vida basado en el conocimiento de lo que es beneficioso para nuestro organismo? y lo que es mas importante: ¿podemos aprender qué es lo que es perjudicial y eliminarlo de nuestra vida? evidentemente, si podemos. Los argumentos en contra de  este proceso de aprendizaje no varían, son siempre los mismos: “de algo hay  que morir” o “tampoco se le pueden quitar todas las alegrías al cuerpo” significan tanto como afirmar que una cena con tu mujer sin dos botellas de vino no seria lo mismo, o que una mañana en bicicleta con nuestros hijos no tiene suficiente atractivo. Por lo general, buscamos la sensación de evasión y el control de la ansiedad durmiendo en exceso, viendo la televisión en exceso, comiendo en exceso y bebiendo en exceso. No es lógico que como seres inteligentes que somos no busquemos alternativas para conseguir los mismos resultados.

Al final, somos padres que generamos hijos con licencia para combatir sus inseguridades de la misma forma en como lo hacemos nosotros, para divertirse igual que nosotros, para emplear su tiempo libre de la misma forma que lo hacemos nosotros y para convertirse con los años en réplicas de nosotros mismos. 

Mirémonos al espejo y preguntémonos si es eso lo que queremos, o mejor aún: preguntémosle a nuestro cardiólogo si piensa que dentro de veinte años se habrá inventado alguna formula mas efectiva que la correcta alimentación y el  ejercicio físico para prevenir las diversas patologías que acecharán a nuestros hijos dentro de un tiempo. “Eso no le ocurrirá a mis hijos”, -podemos pensar-, bien, eso le ocurrirá a un enorme tanto por ciento de los dos niños obesos por cada cinco que pueblan nuestros colegios. En estos momentos, la prevención está más al alcance que nunca de todos los padres… tanto de los papás saludables como de los que piensan que la salud es responsabilidad de su mutua, de la seguridad social o de la suerte.

Mi experiencia en el campo del entrenamiento personal y de la asesoría en salud me lleva a pensar que generalmente no basta con entrenar el cuerpo. Se trata sobretodo de una educación tan profunda que debe incluir nuestra mente, y con ella nuestro estilo de vida, y eso es algo que debería enseñarse también en las escuelas. Es desde luego muy importante tener una gran cultura,  pero de nada nos servirá tener una mente cultivada si nuestro cuerpo comienza en edades tempranas a encender sus luces de aviso. Tan importante como la educación práctica y cultural, es la educación que enseñe a niños y jóvenes a preservar y mantener la salud.

Yo soy socio del Club de Natación Barcelona, en donde me entreno habitualmente. Se trata de un club centenario en donde es fácil ver personas ya entrados en la tercera y cuarta edad haciendo ejercicio: pesas, páddle, natación o takatá, una suerte de voleibol que se juega con una pelota de tenis y que causa furor en personas de todas las edades. Cuando les veo, con sus cuerpos a veces octogenarios, bronceados (a veces demasiado bronceados puesto que muchos de los efectos nocivos del Sol sobre la piel han sido puestos de manifiesto recientemente), tonificados y activos, no puedo dejar de compararlos con los jóvenes con los que comparto vestuario y sala de máquinas y que forman parte de los equipos de natación o waterpolo: sus conversaciones, sus hábitos de ocio e incluso su manera de ser son muy diferentes a esos jóvenes que malogradamente veo en televisión o en prensa como protagonistas de lamentables noticias sobre violencia en las aulas u otros temas…

El deporte forma a las personas en principios que van desde la superación personal, el trabajo en equipo e incluso el apoyo al más débil en pro del éxito común del equipo. Seguramente, muchos de estos jóvenes que crecen con estos principios y estas costumbres, se convertirán dentro de cincuenta años en los mal llamados ancianos que veo en el club, porque la palabra anciano no tiene nada que ver con esos hombres y mujeres que aprovechan y viven su vida de forma activa. Y digo mal llamados porque no parecen ancianos: no llevan bastón, no hablan como ancianos, no se mueven como tales ni pasan las horas mirando la televisión. Muy al contrario, les veo riendo, tomando el Sol, jugando al dominó tras una sesión de natación o gimnasia o jugando al páddle. Es más: visten pantalones cortos y camiseta de tirantes con una actitud desafiante, desafiante ante la inactividad, la depresión, el sedentarismo y la enfermedad… porque son precisamente lo contrario a estos conceptos. Se han entrenado toda su vida en ser así.

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