Spielberg: El pequeño gran gigante

Steven Spielberg ese pequeño gran gigante del celuloide (que no cesa jamás de soñar) vuelve nuevamente a la primera escena mundial con una nueva historia de valores y amistades. La nueva obra del siempre visionario rey midas de Hollywood desembarca está semana en las salas de todo el territorio español con la odisea infantil, “Mi amigo el gigante”. Steven Spielberg vuelve a rodearse de todo el equipo técnico que en su día hicieron posible la maravillosa “E.T” para narrarnos otra historia de afectos imposibles, la entrañable amistad entre una niña huérfana londinense y un gigante alquimista de sueños. Un cuento ideado por la maravillosa mente del británico Roald Dahl, artífice de entre otras obras literarias de la simpática “Matilda” o la mágica “Charlie y la fábrica de chocolate” y que ahora se convierte en una realidad, gracias a las nuevas tecnologías, a la captura de movimiento y a los efectos especiales que hoy en día hacen posible transportarnos a cualquier mundo fantástico inimaginable. Un arriesgado cambio de dirección en la larga carrera del veterano director tras la aplaudida por crítica y público, “El puente de los espías” que pocos entenderán pero que hará las delicias de los más pequeños del hogar, mientras los más adultos esperamos su nueva incursión a la ciencia ficción para el próximo año.

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Y es que hablar de Spielberg es hablar de magia, de sueños, fantasías, ciencia ficción, acción, suspense, dramas, ternura, nostalgia y aventuras, mucha aventura. El realizador americano, nacido en Ohio posiblemente sea la persona que más espectadores ha arrastrado a ir a las butacas de cine de todo el planeta, desde que los avispados productores de la ABC apostaran en 1974 a estrenar un pequeño pero endiablado telefilme pensado inicialmente por y para la T.V (al más puro aroma Hitchcock) a la gran pantalla. En la que un enfermizo y demente camionero asedia de mala manera por las desérticas carreteras estadounidenses a un honrado e inocente agente comercial en la multipremiada “El diablo sobre ruedas”. Su talento, su ritmo, su destreza para encuadrar las escenas, su técnica para sorprender supusieron el pistoletazo de salida para forjar la leyenda de uno de los directores más influyentes de la historia del cine y coger con suma confianza las riendas de la que sería su primera producción cinematográfica, la terrorífica y tensa; TIBURÓN.

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Director, productor, guionista le costó dios y ayuda sacarse el cartel de director palomitero y que se le tomará en serio, a pesar de intercalar películas de peso algo más personales y profundas con sus grandes y espectaculares blockbusters. Crítica y público no iban a la par, la Academia parecía tenerle tirria y cierta envidia que Spielberg supiera dar con su cine grandilocuente la tecla perfecta para atraer al espectador a los cines. Y así quedó patente en la ceremonia de los Oscars de 1986 cuando “El color púrpura”, se fue de vacío a casa a pesar de contar con nada menos que 11 nominaciones en su haber, escribiendo una de las páginas más negras de la historia reciente de Hollywood. Su tesón, fuerza y perseverancia le llevaron a realizar “El imperio del sol”, un nuevo drama ambientado en la Segunda Guerra Mundial bajo la mirada de un jovencísimo Christian Bale. Tal odisea bélica cautivó a propios y extraños pero no así a la Academia que volvió a darle la espalda a un nuevo intento de ser considerado un director serio. Pero no hay mal que duré 100 años y en 1999 finalmente a la Academia no le quedó otra que rendirse a su talento como el auténtico realizador y contador de historias que es, primero con la gran y terrible “La Lista de Schindler” y posteriormente con el solemne desembarco de Normandía en “Salvar al soldado Ryan”, redimiéndose al fin con semejante espina. Y es que entretener, emocionar y recaudar dinero con cada una de sus películas, no está reñido con el buen cine.

Pocos directores han hecho tanto por el cine, por contagiarnos con fervor, el amor que siente ante el séptimo arte regalándonos sueños, miedos e ilusiones en cada una de sus historias. Él nos ha adentrado a parques temáticos repletos de los más variopintos y peligrosos dinosaurios en la ambiciosa “Jurassic Parck”. Nadie nos ha enternecido tanto con los alienígenas como él hizo en “ET” o “Encuentros en la tercera fase”, incluso a tenerles pánico en la fastuosa adaptación de “La guerra de los mundos”. Ninguno hizo tanto por sacar nuestro lado más aventurero con las desdichas del arqueólogo por antonomasia de los ochenta, “Indiana Jones” o con la afable adaptación del reportero belga, “Tintín”. Junto a su colega John Williams y su poderosa banda sonora son responsables del terror y miedo de niños y mayores cada vez que nos acercamos al mar a bañarnos a la espera que salga algún “Tiburón” a morder nuestras extremidades. Del mismo modo Spielberg ha sabido tocarnos la fibra del corazón; sea con su alegato al racismo en “El color púrpura” o sensibilizarnos al holocausto judío en “La lista de Schindler” o la rigidez generada por el terrorismo en las olimpiadas de “Múnich”. Nos ha trasladado con la misma sencillez y naturalidad a mundos futuros y pasados en “Lincoln”, “Amistad”, “Inteligencia Artificial” o “Minority Report”. Nos ha dejado deambulando solos en “La Terminal” dentro de un aeropuerto pasando grandes penurias y nos hemos convertido en grandes profesionales de la suplantación en “Atrápame si puedes”.

Y es que Spielberg salvo algún pequeño traspiés (“1941”, “Always”) siempre ha sabido llevarnos por el mundo fantasioso y mágico que él entiende que es el cine para que dejemos la mente abierta para sacudir nuestros temores, sueños y vivencias con su particular sello personal. Para algunos de nosotros, es el director de toda una generación con el que hemos crecido, convirtiéndose en estos años en todo un referente, por no decir en el gran referente de la historia del cine por derecho propio; otros tal vez lo vean simplemente como el talentoso incitador de masas que sabe atrapar al espectador con sus refrescantes entretenimientos con sus puntuales historias cercanas y humanas.

Pero lo que no queda duda es que apostar por Spielberg es apostar por dos horas de diversión, de calidad y humanidad que ha encontrado en la tecnología un gran aliado para acrecentar sus historias.

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