Cáncer, una palabra tan corta…y lo duro y latente que resuena el pronunciarla. Quién más y quién menos, todos tenemos una historia ante esta oscura y cruel enfermedad, incluido yo, que nos golpea o ha alterado de alguna manera algún instante de nuestra vida sin pedir permiso, derramando un mar de lágrimas, encogiéndonos el corazón en un puño, tocándonos la fibra, la sensibilidad y la paciencia, pero también incentivando el ánimo a luchar, a vivir a salir adelante. El cine ha buscado, desde diferentes ángulos, dar cabida a la parte humana, la parte desesperada, trágica y esperanzadora de esta realidad social
Cesc Gay es de esos directores que aporta algo diferente al actual cine realizado en nuestro país. Si hace tan sólo tres años nos presentó “Una pistola en cada mano”, donde nos exponía el enredoso, fatigoso y ansioso mundo de las relaciones de pareja como gran hilo conductor, hoy nos regala “Truman”, otro film de altura, espinoso, embarazoso y con la difícil tarea de cuestionarnos las decisiones, la amistad y el cáncer.
El joven realizador catalán tiene por delante el complicado reto de hacer un film donde conviven dos realidades incomodas. Por un lado, la de aquellas personas que toman la firme y difícil decisión sobre el devenir de su futuro. Más específicamente la de decidir nuestros últimos compases de vida, la de determinar sobre nuestro propio desenlace final, en este caso planteando zanjar el incómodo y tortuoso tratamiento de la quimioterapia a sabiendas que de nada servirá ponerse bajo sus métodos más que para alargar la agonía, escogiendo vivir los últimos meses de la manera más grata y placentera sin el sufrimiento continuo de estar entrando y saliendo del hospital entre doctores, a ser posible con la máxima dignidad, asumiendo la muerte como una parte más del puzle que constituye nuestra existencia. Y por el otro lado, el punto opuesto: la de saber encajar el duro golpe de ver a un amigo, familiar o compañero bajar los brazos y rendirse ante la enfermedad. Y todo ello construido sobre unos cimientos nada empalagosos, en absoluto cruel, sin llevar al exceso la más que posible tristeza edulcorada al tratar tan delicado tema, sino todo lo contrario, de una manera natural, introspectiva, anímica, intimista, sensible, madura, con humor y cercanía que logra dar “vida” a la historia.
El Truman al que hace referencia el título de la película no es otro que el perro del personaje que magistralmente interpreta Ricardo Darín, tal vez uno de los mejores actores que hoy en día se puede encontrar sobre los escenarios de todo el mundo y que junto a otro monstruo de la escena cinematográfica como es Javier Cámara dan consistencia, firmeza, volumen, estabilidad y significado a la historia. Tal es la labor realizada por ambos, que su trabajo se vio recompensado en el último festival de San Sebastián, alzándose ex aequo con el galardón a la mejor interpretación masculina. Difícil imaginar la historia sin la presencia de ambos. Truman no deja de ser un símbolo melancólico que se utiliza de nexo de unión, de puente que conecta a Darín, Cámara y las sucesivas vivencias que se van desarrollando a lo largo de 4 días de convivencia, forjado a través de la amistad verdadera, el aprecio, la nobleza y la lealtad.
Que el tema no nos distraiga,” Truman” es un canto a la vida, a la amistad, a los deseos, a las libertades más personales y reflexivas, disfrazados bajo los subterráneos mundos de los temores, del paso del tiempo, las nostalgias, las enfermedades y las pérdidas, bajo la visión sentimental del sexo masculino de dos personajes construidos desde diferentes matices bien diferentes entre sí, pero perfectamente complementarios el uno del otro, donde sus talantes y caracteres, su sencillez y candidez y sus maneras de pensar equilibrarán la balanza de las tensiones generadas por el drama, diluidas bajo un ágil humor en una película tan humana como intimista, donde los diálogos , las miradas y los silencios aproximarán a los espectadores a sentirnos próximos a ellos llegando a conmovernos y emocionarnos.
