Todo el dinero del mundo: la avaricia del poder

No se trata de dinero, se trata de la avaricia del poder. Ridley Scott es de esos directores que por méritos propios ha logrado captar la atención de los amantes del cine en cada uno de los proyectos en los que se involucra. Sus trabajos son recibidos con los brazos abiertos aunque luego no siempre tengan el fin deseado que ansía el espectador. “Todo el dinero del mundo” se sitúa en un segundo escalón dentro de su extensa filmografía, lejos de los clásicos de la talla de “Alien”, “Blade Runner” o “Gladiador” pero que aun así muestran el talento que corre por sus venas.

Cómo si por sí solo la firma Scott no fuera ya suficiente reclamo para lograr una mínima repercusión mediática, los escándalos sexuales que han salpicado a Hollywood durante los últimos meses, han provocado que saltase la producción a las portadas de todos los noticiarios. Un Márqueting inesperado que de igual forma se ha visto reforzado por la tan debatida decisión del director, responsable de la legendaria Thelma & Louise, de reemplazar a Kevin Spacey por Christopher Plummer. Una decisión controvertida (argumentada) desde la vertiente de la ética moral que le ha significado gastarse un nuevo “fajote” de dólares en rodar por segunda vez las escenas donde éste aparecía. No pasa por alto y resulta tan curioso como paradójico que ante una película donde se crítica el capitalismo se gasten tanto dinero para rehacer todo el montante final. El resultado muy positivo, el carácter frio, mezquino y usurero del veterano actor, ha calado dentro de la Academia de cine premiándolo con una nominación al mejor actor secundario. Siempre nos quedará la duda de como hubiera sido el resultado final con Kevin Spacey.

“Todo el dinero del mundo” gira en torno a tres ítems universales que se pueden percibir en cualquier época social contemporánea: El dinero, la familia y las dudosas cuestiones éticas que llevamos intrínsecas las personas, ¿Pagarías 17 millones de dólares para rescatar a tu nieto?

Para ello el director norteamericano se adentra en las entrañas del avaro magnate del petróleo y patrón de Getty Oil, Jean Paul Getty. Se despliega ante nosotros la cara más codiciosa y ambiciosa de semejante personaje. Una oscura visión racional de alguien que se niega a pagar el rescate de su nieto pero que no escatima en gastos para ampliar su colección de arte, coches y otras minucias secundarías para alguien que atesora miles de millones de dólares.

Una elegante pero densa realización que muestra la mezquindad, el egoísmo, que se esconde en la esencia (in)humana del capitalismo que invade a diario en las altas esferas de quien maneja las multinacionales. En contraposición, a toda esta ola de avaricia sale a relucir la figura de la madre coraje (Michelle Williams), una mujer que tras divorciarse se ve arruinada con la angustia y la desesperación de liberar a su hijo ante la mirada impasible de la familia.

Un thriller bien estructurado, con intensos diálogos que si bien entretiene y mantiene la atención del público, se queda bastante plana a la hora de crear una atmósfera enteramente trepidante. Fría en sentimientos como en su ejecución final para un producto de dos horas y cuarto de proyección.

 

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