La forma del Óscar. Hay películas que nacen ya con un cierto olor a acaparar las grandes portadas de las revistas internacionales e incluso de copar las nominaciones de los premios más fastuosos del celuloide. De igual modo que hay sueños que se apagan antes de empezar a volar nuestra imaginación, existen otros que se encienden al cerrar los ojos por arte de magia. La forma del agua es una fábula, un libro visual con una estética mágica que hay que devorar detenidamente con el corazón para dejarnos arrastrar hasta que despertemos. Si en el 2006 Guillermo del Toro se ganó el aplauso de la crítica especializada con su imaginativo El laberinto del Fauno, doce años después en pleno 2018, tras una larga serie de reveses (con películas menores) el creador de “Hellboy” vuelve a bañarse en las aguas del éxito, logrando hacerse con el premio más preciado de la Academia de cine y artes de Hollywood.
El flamante recién ganador del Óscar al mejor director saca a relucir su faceta de artesano de ilusiones ofreciendo al espectador mucho más de lo que en un primer momento pueda presumirse. Su universo es tan ilusorio, tan inverosímil y tan increíble que en ocasiones puede hacer eclipsar todo el drama, cualquier injusticia que se esconda en cada una de sus escenas. El film corre el riesgo de quedarse con la sensación de ver otra simple historia de amor, bajo un fondo pictórico de cuento de hadas. ¡Y no es así!
La fantasía es el color con el que esboza Guillermo Del Toro tanto sus pesadillas, como sus alegrías más idílicas. Con él colorea sus sentimientos y encuentra cobijo para expresar los miedos, los problemas y temores que preocupan e irritan a la sociedad. La película, dejando la historia de amor en un segundo plano, es un altavoz para criticar el rechazo, la marginación, el machismo, el racismo o la homofobia que permanecen constantemente afincados en nuestro mundo. Nos muestra en forma de experimentos realizados en laboratorios gubernamentales, o de mudez, toda una colección de monstruosos prejuicios que conviven en nuestro mundo en todo aquello que tiene un punto diferencial del resto. Despojando al ser humano de su parte más compasiva dejándolo sin la piel de ser persona. Lo distinto no debe ser motivo de rechazo.
El director mexicano gran entusiasta de los cuentos nos regala un sueño con toques poéticos sin necesidad de irnos a la cama a dormir. Una metáfora de la realidad, con sus sombras, sus luces, sus silencios bajo una estética absorbente con tonos suaves muy acuáticos que nos dejan absortos en la butaca de cine.
Poco o nada sería el film de no contar con el gran equipo técnico que saben captar las ideas que brotan de la cabeza del realizador mexicano. “La forma del agua” cuenta con una elegante fotografía, plasmando una estética prodigiosa que nos sitúa de lleno en plena guerra fría. El amor, los silencios y el monstruo se empastan a la perfección a través de la melódica banda sonora que envuelve de ternura la partitura compuesta por Alexander Desplat, guiándonos incesantemente en esta pequeña historia. Pero en especial el filme si por algo destaca, nada más empezar la obra, es la interpretación que recalca fragilidad de Sally Hawkins que se adueña de la historia al nutrirse de nostalgias cinéfilas que van desde la “Bella y la Bestia”, con reminiscencias de “E.T” a la firme esencia dulce de “Amélie”.
Siempre abrazaremos a esos directores que quieran llevarnos a otros lugares para hacernos disfrutar como auténticos niños, sin la necesidad de irnos a dormir.